Todavía recuerdo los gritos y quejas de su madre: "¡Ya no puedo más! ¡No tengo más fuerzas! ¡Quiero que esto se acabe ya!" El silencio de su novia era también una queja pero sin palabras. Y es que N había vuelto a recaer. Fue un paso importante el querer hacer el programa que Proyecto Hombre ofrece para poder salir de su adicción a las drogas. Pero era ya la tercera vez que volvía a recaer. Su familia y amigos estaban cansados, no sabían qué hacer. Se agotaban las fuerzas, las ideas, las ganas, los ánimos... la esperanza.
N ya estaba en la última fase, en la de reinserción social; estaba con nosotros en la casa desde hacía un mes aproximadamente. Era un chaval afable, simpático, con un buen humor envidiable... pero era increíble la transformación que surgía tras la consumición. Yo también llevaba poco más de un mes en aquella casa de trabajador social. Y era mi primera experiencia de este tipo; experiencia real me refiero.
Mis compañeros ya habían avisado a la familia que era lógico lo de las recaídas, al igual que la reacción de ésta. Le dijeron una y otra vez que tuvieran paciencia, que entendían que las palabras ahora no servían; pero era importante que N sintiera que tenía a su familia y amigos muy cerca de él. El ambiente familiar y social era un apoyo externo muy importante para N.
La madre volvía a repetir que ellos querían tener paciencia, esperanza.. pero les resultaba frutrante que volviera a recaer, que N hiciero uso de chantajes emocionales, de mentiras, de robos... para hacer todo lo necesario para consumir. La madre no dejaba de llorar, al igual que su novia que entre sollozos dijo aquella frase: "Haré todo lo necesario para que N se recupere, pero asegúrenme de que va a salir de ésta". Fue cuando uno de mis compañeros le dijo: "Las cosas de la vida que más valoramos y que sabemos que merecen la pena luchar por ellas nunca se pueden asegurar; pero como he dicho, hay que tener la plena convicción de que merece la pena luchar por ellas".
Fue un trabajo arduo, echamos ganas, esfuerzo, ilusión... y sobre todo esperanza. Pero se logró. N pudo salir. Le costó, pero lo logró. Y fue su madre quien hizo la reflexión final:
"Gracias, simplemente gracias, no sólo por mi hijo que doy gracias a Dios por el regalo que nos ha hecho, sino también por lo que me habéis enseñado. No me considero una cristiana ejemplar ni muy practicante, pero he podido ver a Dios en vosotros, y la manera en que Dios actúa en nuestras vidas.
Realmente somos muy impacientes. Queremos las cosas ya y pronto. No valoramos el valor del tiempo: el tiempo sana, cura, nos da espacio para ver las cosas desde otra perspectiva, nos ofrece nuevas oportunidades. Y así es Dios, como vosotros me lo habéis demostrado. Habéis sido constantes, habéis depositado una y otra vez en nosotros vuestra confianza, al igual que en mi hijo; nunca os habéis rendido, habéis visto siempre la posibilidad del mejor cambio en la persona; a pesar de las contrariedades y de los malos momentos, habéis aprendido de ellos y habéis salido adelante. Y cuando digo "vosotros", también digo "Dios". Ojalá tuviéramos una varita mágica para cambiar las situaciones a nuestro antojo, pero ¿dónde quedaría la libertad y el crecimiento de las personas? ¡Cuántas veces nos hemos quejado que si Dios no hace nada por el hambre en el mundo, por las guerras, por los malos momentos vividos...! Pero no nos damos cuenta de que Dios nos ofrece no una varita mágica, sino la posibilidad para que cada uno de nosotros seamos capaces de cambiar todo esto. Nosotros somos sus manos, sus pies, sus oídos, su boca... ¡Cuánto cambiaría nuestro mundo y nuestras vidas si nos diéramos cuenta de ello! Por todo esto, gracias, SIEMPRE GRACIAS".
He estudiado mucho sobre Dios hasta el día de hoy: que si Teología, que si cursillos, que si retiros, que si Ejercicios Espirituales, que si grupos de fe... Pero ésta ha sido la lección más grande que hasta hoy me han dado de Dios.
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