Subí como todas las mañanas en el autobús de las 7'30 de la mañana para ir a trabajar. Y como siempre el autobús estaba hasta los topes de gente. Como siempre, como sardinas en lata. A todo esto se unía el gran frío que empezaba a hacer a estas alturas del invierno.
Pues como siempre, subí al autobús repleto de gente. Pero aun así logré pillar un sitio para poder sentarme. Pero mi gozo duró poco. Al poco tiempo, subió al autobús un pobre anciano que apenas se sostenía con su bastón. Y como me enorgullezco de la educación que me han dado mis padres y profesores, me levanté y cedí mi asiento a este pobre hombre; así que me tuve que agarrar bien a la barra que hay arriba en el medio del bus, intentando no moverme demasiado cuando el conductor daba alguno de sus frenazos.
Y cuál sería mi sorpresa cuando de repente veo en uno de los asientos de más atrás, a un chaval de no más de 16 años, felizmente sentado, como si nada ocurriese. Además tenía una sonrisa en su boca que contrastaba enormemente con las caras de sueño, frío y de pocos amigos que teníamos la mayoría que íbamos en el mismo autobús.
"¡Cómo se puede ser tan cínico, hombre!", pensé. Todos estábamos apretados en aquel autobús, y además yo había cedido mi asiento a un mayor, como me habían enseñado desde pequeño. Y ese chaval, joven, tan contento en su asiento, sin decir ni pío, simplemente con una sonrisa, como si no le importase nada... ¿Cómo podía existir gente así? ¿Dónde estaban quedando los valores?
Y a medida que lo iba pensando, más me iba encendiendo; estaba en ese momento que estallaba de ira, de indiginación... ¡Ese chaval necesitaba una buena lección de modales! Cómo pod.....
En ese momento, poco antes de parar el autobús en la siguiente parada, el señor que estaba a su lado se levantó, se agachó cerca de donde estaba el chaval y agarró unos hierros. La gente de alrededor se hizo a un lado. El autobús paró. Otro señor se acercó, y junto con aquél, levantaron al chaval del asiento, y lo llevaron hasta la silla de ruedas que acababa de montar su compañero. El chaval de la sonrisa en la boca no tenía piernas.
Se fue el chaval despidiéndose de los que estaban cerca a él y dando las gracias por haberle ayudado, y se fue... y siempre con una sonrisa en su boca.
Nada es lo que parece a simple vista. Nuestra percepción de las cosas, nuestra subjetividad nos puede hacer pasar muy malos ratos. No podemos ir por la vida de francotiradores sin conocer las buenas intenciones que seguro que todos tenemos. No podemos ir juzgando a las personas sin haber hecho el intento de haberlas entendido, de habernos puesto en su lugar. ¿Tan mal opinas de una persona? ¿Tan mal crees que se ha portado contigo o con los demás? ¿Crees que una persona puede ser tan mala para hacer daño a otra persona? ¿Tan mala concepción podemos tener de la naturaleza humana? Ponte en el lugar del otro, intenta comprender sus intenciones, haz el esfuerzo de acercarte a él... quizás te lleves una gran sorpresa. Ojalá nos esforcemos en mirar más allá de lo que tenemos ante nuestras narices. Intenta buscar la sonrisa escondida en la persona que se encuentra a tu lado.